Este artículo fue escrito por Sara-Louise Williams, una estudiante de Nueva Zelanda que se encuentra de intercambio con AFS en Argentina. Sara-Louise describe sus expectativas, observaciones y aprendizajes mientras vive el intercambio.

Traducido por Nicole Novoa, voluntaria de AFS Argentina & Uruguay.


Así a uno le guste o no, cuando uno se va de intercambio tiene que aprender a aceptar en lugar de tener expectativas. Aceptar implica reconocer algo como apropiado, mientras que tener expectativas implica tener una idea fija sobre lo que es apropiado, y cuando uno reemplaza lo segundo por lo primero deja de existir una base para la decepción y los conflictos. Este concepto se filtró en muchos más aspectos del intercambio de lo que esperaba, y es algo que con mucho gusto me voy a llevar de esta experiencia.

Al enfrentarse al shock cultural inicial, la aceptación es realmente la única opción. ¿La familia come a las nueve? ¿Hay que saludar con un beso a cada integrante de un grupo? Estas costumbres pueden ser diferentes a lo que uno está acostumbrado o a lo que uno esperaba, pero resistirse a estas diferencias del día a día no tendría sentido.

En el transcurso del intercambio pude entender la misión de los voluntarios que fundaron AFS: promover la paz mundial a través de la tolerancia y el entendimiento de otras culturas. Los conflictos no se crean por diferencias tales como usar zapatos, pantuflas o estar descalzo en la casa, sino por diferencias culturales más profundas como las creencias los conceptos y costumbres.

Mientras que a mí siempre me gustó viajar y siempre tuve ansias por descubrir nuevas cosas debido a que me mudaba mucho durante mi infancia (algo que me llevó a querer irme de intercambio), acá en San Lorenzo la gente permaneció toda su vida en esta ciudad, al igual que las generaciones anteriores. Mi mamá anfitriona se detiene en la calle para saludar a una amiga del jardín mientras que yo no recuerdo con quiénes fui a la escuela primaria. En esta comunidad más pequeña y unida la familia y los amigos son mucho más importantes, el tiempo libre se usa para socializar, y todos saben todo sobre todos. La gente tiene un sentimiento de pertenencia a esta comunidad muy fuerte, algo con lo que yo siempre luché mientras crecía. Y estoy muy agradecida por haberme vuelto parte de esto. A pesar de que varias personas comentaron que era una lástima que no me hayan ubicado en una mejor ciudad, ellos se muestran orgullosos de San Lorenzo, y en lo que respecta a mí, no me podría interesar menos que las veredas estén en mal estado porque, al igual que sus habitantes, acepté el encanto del lugar y su gente.

El ritmo de vida es más lento, el colegio y la profesión no son tan importantes pero la fe si lo es. Todas estas son diferencias culturales más profundas que pude entender, y que no juzgo como mejores o peores.

Fue interesante poner en práctica la aceptación acá en San Lorenzo, un telón de fondo que posee contrastes. La mayor parte de su población es descendiente de inmigrantes de toda Europa, pero es evidente que acá existe una menor diversidad que en Auckland. Una pequeña ciudad tal vez no sea una representación perfecta de toda la Argentina pero acá, la falta de exposición a diferentes culturas se puede notar en el hecho de que las personas están menos acostumbradas a la diversidad cultural y son menos tolerantes hacia ella. Con respecto a la pequeña comunidad china, sólo los vi manejar negocios familiares como supermercados o tintorerías y, con respecto a la aun más pequeña comunidad africana, sólo los vi como vendedores ambulantes. La gente asimila rápidamente la piel oscura con el crimen, el racismo es ocasional, y la idea de que las personas de diferentes etnias no son necesariamente extraños no existe.

También pude observar diferencias en cuanto a la tolerancia en las distintas generaciones al ir a clases de pintura, donde la mujer más joven después de mí ronda los cincuenta años. Si bien disfruto mucho ir y me río cuando hablan de sus nietos y de sus luchas diarias, o cuando en repetidas oportunidades intentan que me case con sus hijos (algo a lo que una vez accedí sin darme cuenta porque no entendía), no es divertido ver cuando se lamentan por la cantidad de personas gays y trans que existen, cuando dicen que una familia con hijos de relaciones anteriores es una vergüenza y que es una pena que exista el ateísmo.

Pese a que estoy increíblemente agradecida por la facilidad con la que me aceptó la gente y por el hecho de que sientan curiosidad por mi cultura en lugar de juzgarla, la falta de tolerancia que noté se debe simplemente a la falta de exposición. Ellos no están acostumbrados a la diversidad; las señoras de la clase de pintura tuvieron una educación en la que la sexualidad y las normas de género eran más estrictas. Además, la fuerte influencia de la religión también afecta lo que se considera aceptable y lo que no. Creo que esto hace tomar conciencia del mensaje de AFS; los estudiantes de intercambio y las personas que ellos conocen durante el intercambio están expuestos a nuevas culturas y realidades que ayudan a desarrollar la tolerancia.

Sin embargo, algo que los argentinos tienen más facilidad para aceptar son las situaciones conflictivas. En el EOS/campamento de fin de estadía, reflexionamos sobre qué habíamos aprendido sobre la cultura argentina, y una de las ideas recurrentes era sacar el mejor provecho de las situaciones de la vida o ser feliz con lo poco que uno tiene. Un tercio de la población argentina vive bajo la línea de pobreza, y me tocó estar frente a algunas pruebas de esto, como el chico que pide limosna afuera de la panadería, pero más que nada lo noto en la falta de oportunidades. Tiene suerte aquél que puede ir a la universidad y el nivel de desempleo es alto. Me hace sentir increíblemente afortunada por tener la oportunidad no sólo de irme de intercambio sino también sino por todas las oportunidades que me trae para el futuro. Aunque los argentinos no necesariamente acepten esta situación y hagan llegar su descontento al gobierno, tratan de sacar el máximo provecho de lo que tienen y mantienen una actitud positiva en lugar de oponerse. Le dan más importancia a aquello que es gratis en la vida, como la familia, los amigos, el descanso…

Nunca fui materialista (de lo contrario no habría gastado la mayor parte de mis ahorros en un intercambio) pero sí fui criada con las culturas francesa y kiwi (es decir, neozelandesa) en las que uno se esfuerza por competir y obtener logros. Y aunque estas expectativas me empujaron a obtener logros de los que estoy orgullosa, siempre estaba buscando el paso a seguir, la forma de mejorar sin siquiera apreciar el presente. Pese a que aún quiero aprovechar cada oportunidad que se me presente, ya no quiero centrar mi felicidad en los logros, quiero aprovechar al máximo la situación en la que me encuentro en el presente.

Finalmente, me gustaría referirme brevemente a la aceptación personal y cómo este intercambio me ayudó.

Llegar a un lugar en el uno no conoce a nadie significa dos cosas. En primer lugar, nadie espera que uno sea de determinada manera, lo cual le da a uno la oportunidad de cambiar, y en segundo lugar, uno tiene que aprender a pasar tiempo con uno mismo y volverse más autosuficiente al estar lejos del sostén habitual. Pude conocerme mejor a mí misma, y aceptar mis fortalezas y debilidades; pude desarrollar cosas que me di cuenta que eran importantes para mí y dejar atrás hábitos y actitudes que no lo eran. Volveré a Nueva Zelanda con más seguridad y más confianza en quien soy.

Mi personalidad no es lo único que cambió, también lo hizo la imagen que tengo sobre mi cuerpo. Antes de venir tenía la idea de que todas las chicas de acá eran muy hermosas y que se preocupaban mucho por su apariencia, y esta es posiblemente la única expectativa con la que me alegra no haberme encontrado. No sé por qué pensaba diferente, pero las chicas son como en Nueva Zelanda y todas tenemos nuestras propias inseguridades. Estar expuesta a estándares de belleza ligeramente distintos me hizo darme cuenta que esa cuestión no era tan relevante como pensaba, y esto, junto con el verme forzada a practicar la tolerancia mientras pasaba por el clásico combo de los estudiantes de intercambio de tener la piel con imperfecciones y aumentar de peso, me hizo más tolerante con mi apariencia. Además, prepararme antes de salir, algo a lo que no estaba acostumbrada en Nueva Zelanda definitivamente aumentó mi confianza.

El tener expectativas ligeramente diferentes en Nueva Zelanda y en Argentina amplió mis propias ideas y expectativas, y me hizo más tolerante en muchos sentidos. Al empezar a pensar que pronto debo volver a casa, sé que debo mantener la mente abierta mientras aprovecho al máximo el último mes y al volver a Nueva Zelanda, donde sé que las cosas no estarán exactamente en la forma en la que las dejé. Me gustaría agradecer a AFS Nueva Zelanda por esta oportunidad y espero haber podido transmitir todos los beneficios que me llevo de esta experiencia.