Por Juan Médici, Director Ejecutivo de AFS Programas Interculturales
Nuestro mundo asiste, desde hace un tiempo, al ascenso de líderes e ideas enfocados en fomentar la separación entre un “nosotros” (que ellos mismos delimitan) y aquellos que, por ser diferentes, son considerados una amenaza. Estos nuevos líderes son quienes promueven y se aprovechan del miedo, apoyándose en él, y fomentando así la ignorancia entre sus seguidores. Se trata de un movimiento que no conoce fronteras, de Filipinas a los EEUU, pasando por varios países de Europa.
El “muro” (tanto real como figurado) es, sin duda, uno de los símbolos más patentes de los idearios de estos líderes. Se busca, discursiva o físicamente, crear barreras para que “ellos” no se acerquen a “nosotros”.
La idea del “muro” es casi tan antigua como la Humanidad misma. Durante milenios, los diferentes grupos humanos y civilizaciones buscaron defenderse de los que consideraban sus enemigos con fortificaciones y otras barreras.
Tras la Segunda Guerra Mundial se dió un cambio en este modo de pensar. La devastación y muerte que provocó este enfrentamiento, motivado justamente por la desconfianza entre naciones, dieron la pauta de que era necesario un cambio de paradigma. Era necesario construir puentes entre pueblos para que algo así no volviera a pasar. Fue el espíritu con el que nació la hoy amenazada Unión Europea, y se comentaron diversos tipos de intercambio entre los Aliados y Alemania.
Setenta años después, algunos autores académicos y líderes políticos han vuelto a hablar de la posibilidad de guerra entre grandes potencias. Si bien la posibilidad de una nueva Gran Guerra es lejana, el sólo hecho de que se hable de ello representa un enorme retroceso.
Tristemente, todo indica que legaremos a nuestros niños y jóvenes un mundo más peligroso y oscuro que el de hace algunos años.
Pero tenemos la posibilidad de brindarles las herramientas necesarias para que, cuando les toque ocupar puestos de liderazgo, puedan derribar los muros que nuestra generación está construyendo.
Los niños y jóvenes tienen la tendencia a ser más abiertos y receptivos a las diferencias, pero es necesario que desarrollen esas capacidades con una educación que fomente esta apertura.
Debemos enseñarles a aceptar y valorar al otro, reconociendo que la diversidad es enriquecedora, tanto para las personas como para las sociedades. Y que ser abierto a ellas no implica renunciar a la propia forma de ser y de pensar sino que, por el contrario, necesita de un profundo conocimiento y seguridad de uno mismo. Es justamente en la diversidad cultural donde radica nuestra fuente de desarrollo, por eso debemos cuidarla y fomentarla, para así, protegernos de potenciales amenazas.
Sólo si les enseñamos estos ideales y valores, nuestros niños y jóvenes podrán ser los líderes que el futuro necesita para lograr un mundo más justo y en paz.